viernes, 23 de mayo de 2014

AL AMANECER



Al despertar sonrío,
me espera tu mirada,

al amanecer de tus ojos
me asomo cada mañana.


Tu brisa me acaricia la cara
tocando mi piel con tus palabras

besando mi alma adormilada
susurrándome como las olas

una dulce y suave balada.

Tu calor me abriga
en días sombríos y fríos
como un cielo de esperanzas
en el que la suave lluvia
calma mis labios sedientos.


De este corazón herido

a través de la distancia.


Esperando que derribes el
miedo que lo envuelve y
se una al tuyo fundiéndose
en uno solo por siempre.
 
 

lunes, 12 de mayo de 2014

EL EXTRANJERO


Con un periódico en la mano y una taza de humeante café, toma su desayuno en la cafetería de costumbre, después de una de tantas noches de insomnio, con un paquete de cigarrillos, que fuma de dos en dos, como si pretendiera que el humo lo inundara de una niebla espesa donde perderse, para hallar algún significado a su vida.
Su instinto de conservación le hizo romper con todo, dejar su deshecha vida atrás y comenzar una nueva aventura en otro lugar, más tranquilo, donde sosegar su destrozada existencia... un lugar a orillas del mar... Pensativo, absorto, le vino a la memoria aquel poema que siempre guardaba entre las páginas de un libro... y que evocaba el final de una historia, la suya, mientras se recuerda a sí mismo que aún sigue vivo.
Cuando la esperanza se pierda
en una desconsolada melancolía
gobernará mi destierro el ocaso
de un oscuro y solitario desaliento.
Este año no pudo ir a su encuentro. Ya hacía dos años que no estaba entre sus brazos en esas noches de luna llena en las que, embriagados por su luz, se amaban hasta el amanecer en aquel refugio del bosque, donde se aislaban las vacaciones de Navidad. Recuerdos de una vida perfecta que se truncó. Jamás nada sería igual. El insomnio, que tan duramente lo atormentaba desde aquel día en que ella murió, lo impulsó a ahogar su angustia en alcohol, del cual se inundaba hasta olvidarse incluso de que existía. Y volvía al día siguiente para continuar con su destrucción por donde lo dejó el anterior, por su copa medio vacía, como si así se olvidase de todo y de todos los que le dieron la espalda cuando su vida se hundió.
La vida que pretendía salvar aquel día en que le ofrecieron por fin el trabajo esperado, un trabajo que lo salvaría económicamente, con el que su arte se vería reflejado en mejores lienzos, en los que dibujar su nueva existencia. Le habían encargado que pintase retratos para exponer en una nueva galería de arte, de cuyo éxito dependía su nueva colección.
Lienzos que había comenzado a pintar meses atrás, cuando llegó a esta nueva ciudad, que lo acogió con recelo, y que sin saberlo sería la llave que cerraría un capítulo de su vida y abriría el de su nuevo futuro, con el que comenzar su nueva libertad, tan anhelada, tan deseada como ver brillar el sol cada mañana en su estudio, un apartamento a orillas del mar desde donde el horizonte dibuja olas con las que dejarse llevar y embriagarse hasta saciar el alma, como el aire sacia los pulmones al respirar. Un pequeño estudio en el que sus lienzos olvidaron ya épocas pasadas y veían, día a día, cómo su arte era plasmado con nuevas inquietudes y nuevas esperanzas.
Totalmente rescatado del insomnio de la noche anterior, comenzó a empaquetar sus lienzos en cajas para transportarlos a la galería. Tenía que estar todo preparado en dos días para que la exposición coincidiera con la convención de arte que se celebraría el fin de semana en la ciudad, en la que tenía esperanzas de que se vendiesen sus cuadros, lo que necesitaba con urgencia, ya que su economía menguaba por momentos.
Había sido todo un éxito de ventas en la galería; su nombre salió a la luz como el artista del año, un gran acontecimiento en su nueva ciudad. Todo iba viento en popa, tendría que celebrarlo.
Sin saber cómo, se encontró en la cama de un hospital, un poco adormilado, mirando las luces del techo. Llegaban a su mente imágenes confusas de lo que realmente había pasado. Solo recordó que , mientras fumaba, la borrachera lo sumió en un sueño en el que todo ardía. Sin saber exactamente cómo, intentó apagar el fuego, hasta que el humo, atrapado en sus pulmones, casi lo asfixia. Le pareció un castigo por sus pecados, pensamiento que lo llevaba a la desesperación. Y sin embargo allí se encontraba, con medio cuerpo envuelto en vendas. Poco a poco volvió a dormirse, como quien lleva toda la vida sin hacerlo, con un sopor que le envolvía la cabeza como si se hubiese atiborrado de somníferos.
Totalmente recuperado de sus pequeñas quemaduras, aunque no de las secuelas psíquicas que le había dejado el accidente, volvió a su apartamento destrozado por el fuego para intentar reformarlo y acomodarse de nuevo. Sus carencias económicas se habían solventado con lo que el seguro había pagado por el accidente, sin embargo él se encontraba todavía perdido y volvió a su copa medio vacía. Se dejó caer en el sofá quemado, como se desploma un saco pesado e inerte, sin sentimientos, sin sueños...
Cuando la esperanza se pierda...
 
Volvía a recordar el breve poema que buscaría entre los restos del incendio, rogando que hubiera sobrevivido, en cuanto se pudiesen levantar del sofá él y la angustia que lo atormentaba.
Un poco más tranquilo, después de poner en orden sus pensamientos, decidió dar un paseo por la playa, intentando relajarse y que el frío de diciembre le helara los sentidos para no pensar en su dolor. De repente, como salida de la nada, allí estaba ella. La vio jugar con su perro a poca distancia y el animal acudió a su encuentro, le lamió la mano y luego empezó a correr alegremente alrededor de él, mientras, embelesado, se dirigía hacia ella.
Estuvieron horas charlando, hasta que ella lo invitó a una copa en su apartamento, cosa que aceptó con gusto para entrar en calor. Los dos sentados en el sofá, entre charlas y risas comenzaron a acariciarse y besarse con una atracción inexplicable. Se amaron hasta el anochecer con pasión desmedida, saciando su alma con unos besos. Rompiendo el dolor que le embargaba hacía tiempo y saliendo del mundo que le asfixiaba, se encontró ante unos ojos que vieron nacer de nuevo en él el fuego del amor, como si la vida le hubiese mirado a la cara por fin.
Ya en su apartamento notó un nuevo estado de embriaguez que no era debido a su copa medio vacía. Y mirando hacia el mar se dejó llevar por los sentimientos recién encontrados, con esperanza y mirando hacia el horizonte, sintió una sensación de paz que necesitaba desde hacía tiempo.
En el transcurrir de los meses su relación cada vez más profunda les llenaba de satisfacción. Sin embargo, vino a turbar su paz la noticia de que sus padres no se harían cargo de su pequeño, de tres años, que necesitaba de su cariño de padre y para lo que quizás nunca se había encontrado preparado. Lo había dejado a su cuidado cuando su mujer murió. Aunque siempre lo llevaba en su corazón no se veía capacitado para cuidar de él; apenas meses antes no podía cuidar ni de sí mismo. Ahora era diferente, y se alegró de que sus padres tomaran esa decisión, ya que no se encontraban bien de salud para cuidar del pequeño y de ellos mismos. Se alegró enormemente, formaría una nueva familia, su pareja estaba al tanto de todos sus sufrimientos y con paciencia y mucho amor consiguió que olvidara los malos trances del pasado.
Pasó los minutos mirando la taza de café en la estación del tren, mientras esperaba a sus padres y a su pequeño, entre recuerdos y sueños perdidos, pensando que ya era hora de cerrar un capítulo de su vida. Cogiendo el libro que contenía su preciado poema determinó que había llegado la hora de destruirlo, como quien destruye un talismán que solo ha traído desgracia a su vida.
Un nuevo horizonte se alzaba delante de él con los últimos acontecimientos, y sin dejar de llorar de alegría abrazó a su hijo, mientras el viento se llevó el papel con el poema.



miércoles, 7 de mayo de 2014

ESTA PENA MÍA

Quisiera ahogar la pena mía
mas el licor solo me condena
a una extraña melancolía
además de la odiosa melopea.


Pobre pena mía tan dura,
tan fuerte e insistente
que ni con absenta
me la quito de la mente.


Qué jaqueca me produce,
ya no sé si la pena
o el licor que me condena
a un delirium tremens.


Prefiero la cervecita
que para quitar las penas
no existe mejor cosa
que una cerveza bien fresquita.