Con
un periódico en la mano y una taza de humeante café, toma su
desayuno en la cafetería de costumbre, después de una de tantas
noches de insomnio, con un paquete de cigarrillos, que fuma de dos en
dos, como si pretendiera que el humo lo inundara de una niebla espesa
donde perderse, para hallar algún significado a su vida.
Su instinto de conservación le hizo romper con todo, dejar su
deshecha vida atrás y comenzar una nueva aventura en otro lugar, más
tranquilo, donde sosegar su destrozada existencia... un lugar a
orillas del mar... Pensativo, absorto, le vino a la memoria aquel
poema que siempre guardaba entre las páginas de un libro... y que
evocaba el final de una historia, la suya, mientras se recuerda a sí
mismo que aún sigue vivo.
Cuando
la esperanza se pierda
en
una desconsolada melancolía
gobernará
mi destierro el ocaso
de
un oscuro y solitario desaliento.
Este año
no pudo ir a su encuentro. Ya hacía dos años que no estaba entre
sus brazos en esas noches de luna llena en las que, embriagados por
su luz, se amaban hasta el amanecer en aquel refugio del bosque,
donde se aislaban las vacaciones de Navidad. Recuerdos de una vida
perfecta que se truncó. Jamás nada sería igual. El insomnio, que
tan duramente lo atormentaba desde aquel día en que ella murió, lo
impulsó a ahogar su angustia en alcohol, del cual se inundaba hasta
olvidarse incluso de que existía. Y volvía al día siguiente para
continuar con su destrucción por donde lo dejó el anterior, por su
copa medio vacía, como si así se olvidase de todo y de todos los
que le dieron la espalda cuando su vida se hundió.
La vida que pretendía salvar aquel día en que le
ofrecieron por fin el trabajo esperado, un trabajo que lo salvaría
económicamente, con el que su arte se vería reflejado en mejores
lienzos, en los que dibujar su nueva existencia. Le habían encargado
que pintase retratos para exponer en una nueva galería de arte, de
cuyo éxito dependía su nueva colección.
Lienzos
que había comenzado a pintar meses atrás, cuando llegó a esta
nueva ciudad, que lo acogió con recelo, y que sin saberlo sería la
llave que cerraría un capítulo de su vida y abriría el de su nuevo
futuro, con el que comenzar su nueva libertad, tan anhelada, tan
deseada como ver brillar el sol cada mañana en su estudio, un
apartamento a orillas del mar desde donde el horizonte dibuja olas
con las que dejarse llevar y embriagarse hasta saciar el alma, como
el aire sacia los pulmones al respirar. Un pequeño estudio en el que
sus lienzos olvidaron ya épocas pasadas y veían, día a día, cómo
su arte era plasmado con nuevas inquietudes y nuevas esperanzas.
Totalmente rescatado del
insomnio de la noche anterior, comenzó a empaquetar sus lienzos en
cajas para transportarlos a la galería. Tenía que estar todo
preparado en dos días para que la exposición coincidiera con la
convención de arte que se celebraría el fin de semana en la ciudad,
en la que tenía esperanzas de que se vendiesen sus cuadros, lo que
necesitaba con urgencia, ya que su economía menguaba por momentos.
Había sido todo un éxito de ventas en la galería; su
nombre salió a la luz como el artista del año, un gran
acontecimiento en su nueva ciudad. Todo iba viento en popa, tendría
que celebrarlo.
Sin saber
cómo, se encontró en la cama de un hospital, un poco adormilado,
mirando las luces del techo. Llegaban a su mente imágenes confusas
de lo que realmente había pasado. Solo recordó que , mientras
fumaba, la borrachera lo sumió en un sueño en el que todo ardía.
Sin saber exactamente cómo, intentó apagar el fuego, hasta que el
humo, atrapado en sus pulmones, casi lo asfixia. Le pareció un
castigo por sus pecados, pensamiento que lo llevaba a la
desesperación. Y sin embargo allí se encontraba, con medio cuerpo
envuelto en vendas. Poco a poco volvió a dormirse, como quien lleva
toda la vida sin hacerlo, con un sopor que le envolvía la cabeza
como si se hubiese atiborrado de somníferos.
Totalmente
recuperado de sus pequeñas quemaduras, aunque no de las secuelas
psíquicas que le había dejado el accidente, volvió a su
apartamento destrozado por el fuego para intentar reformarlo y
acomodarse de nuevo. Sus carencias económicas se habían solventado
con lo que el seguro había pagado por el accidente, sin embargo él
se encontraba todavía perdido y volvió a su copa medio vacía. Se
dejó caer en el sofá quemado, como se desploma un saco pesado e
inerte, sin sentimientos, sin sueños...
Cuando
la esperanza se pierda...
Volvía
a recordar el breve poema que buscaría entre los restos del
incendio, rogando que hubiera sobrevivido, en cuanto se pudiesen
levantar del sofá él y la angustia que lo atormentaba.
Un poco más tranquilo, después de poner en orden sus
pensamientos,
decidió dar un paseo por la playa, intentando relajarse y que el
frío de diciembre le helara los sentidos para no pensar en su dolor.
De repente, como salida de la nada,
allí estaba ella. La vio jugar con su perro a poca distancia y el
animal acudió a su encuentro, le lamió la mano y luego empezó a
correr alegremente alrededor de él, mientras, embelesado, se dirigía
hacia ella.
Estuvieron
horas charlando, hasta que ella lo invitó a una copa en su
apartamento, cosa que aceptó con gusto para entrar en calor. Los dos
sentados en el sofá, entre charlas y risas comenzaron a acariciarse
y besarse con una atracción inexplicable. Se amaron hasta el
anochecer con pasión desmedida, saciando su alma con unos besos.
Rompiendo el dolor que le embargaba hacía tiempo y saliendo del
mundo que le asfixiaba, se encontró ante unos ojos que vieron nacer
de nuevo en él el fuego del amor, como si la vida le hubiese mirado
a la cara por fin.
Ya en su apartamento notó un nuevo estado de embriaguez que
no era debido a su copa medio vacía. Y mirando hacia el mar se dejó
llevar por los sentimientos recién encontrados, con esperanza y
mirando hacia el horizonte, sintió una sensación de paz que
necesitaba desde hacía tiempo.
En el transcurrir de los meses su relación cada vez más
profunda les llenaba de satisfacción. Sin embargo, vino a turbar su
paz la noticia de que sus padres no se harían cargo de su pequeño,
de tres años, que necesitaba de su cariño de padre y para lo que
quizás nunca se había encontrado preparado. Lo había dejado a su
cuidado cuando su mujer murió. Aunque siempre lo llevaba en su
corazón no se veía capacitado para cuidar de él; apenas meses
antes no podía cuidar ni de sí mismo. Ahora era diferente, y se
alegró de que sus padres tomaran esa decisión, ya que no se
encontraban bien de salud para cuidar del pequeño y de ellos mismos.
Se alegró enormemente, formaría una nueva familia, su pareja estaba
al tanto de todos sus sufrimientos y con paciencia y mucho amor
consiguió que olvidara los malos trances del pasado.
Pasó los minutos mirando la taza de café en la estación
del tren, mientras esperaba a sus padres y a su pequeño, entre
recuerdos y sueños perdidos, pensando que ya era hora de cerrar un
capítulo de su vida. Cogiendo el libro que contenía su preciado
poema determinó que había llegado la hora de destruirlo, como quien
destruye un talismán que solo ha traído desgracia a su vida.
Un
nuevo horizonte se alzaba delante de él con los últimos
acontecimientos, y sin dejar de llorar de alegría abrazó a su hijo,
mientras el viento se llevó el papel con el poema.
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